

Durrant (1991 citado en Friedman, 1993) propone que cambiemos el discurso de <<detectores de patologías>> y nos consideremos <<detectores de competencias>>, terapeutas que buscan amplificar la competencia y los recursos del cliente. Cada vez que analizamos una situación terapéutica, nos encontramos con las historias de la vivencia de personas que han estado sumergidas en una visión de su vida que está saturada de problemas (White y Epston, 1990). ¿Cómo hacemos desde nuestra posición de terapeutas, para cocrear las condiciones que permiten a los clientes detectar elementos de sí mismos y de su comportamiento que contradigan esta visión saturada de problemas?, en los casos de la gente que llega a consultar, nos encontramos con problemas que han crecido en tamaño e importancia al punto de que han comenzado a dominar las conversaciones acerca de su vida. Cuanto más pensamos en el problema, más sumergidos nos encontramos en una espiral de diálogo interno ‘negativo’ que nos ‘inunda’ el pensamiento y nos deja con un sentimiento de agobio y desesperanza hacia el futuro...

Supongo que tenemos que viajar ligeros y evitar cargar exceso de equipaje: los supuestos que nos hacen ingresar en la vorágine de la generación de hipótesis y el análisis estructural. Al liberarnos de estos supuestos, aumentamos nuestra disponibilidad para escuchar la historia del cliente y generar con éste, nuevos significados y explicaciones que lo sacarán de un mundo saturado de problemas para hacerlo ingresar en otro mundo, en el que, en el mejor de los casos, el discurso dominante es el de la competencia y la sensación de ocupar la posición de agente de su vida (Anderson, 1997. White y Epston, 1990. White, 1989).
Si imaginamos el proceso terapéutico como una travesía en la cual los clientes se alejan de un mundo saturado de problemas e ingresan a otro en el que pueden recuperar su autonomía y la sensación de que ocupan la posición de agente; ¿qué se necesita de parte del terapeuta? Parece ser necesario un cambio en la posición del terapeuta, que debe pasar de una actitud de ejercer autoritariamente la profesión a otra de renovado respeto por la voz del cliente y su capacidad de ser autor del relato de su propia vida, un cambio de una posición de “director autoritario” de la acción a otra de “observador participante” o “participante facilitador” de la conversación terapéutica. (Anderson, 1997. Goolishian y Anderson, 1987. White y Epston, 1990. White, 1989).