En el caso de la Señora Alicia, ella narra un monólogo[1] respecto a su exclusión del sistema en el que “todos los demás fueron acogidos y actualmente son respaldados”. Ella trágicamente cuenta cómo su vida se desmorona actualmente, debido al sobreendeudamiento económico que tiene; ‘las crisis’ que la atacan; los diferentes estilos de vida que llevan sus hijos, (los cuales no comparte); las malas relaciones con su hija menor; la tristeza que siente al saber que poco falta para que una de sus hijas abandone la mediagua en la que viven para convivir con su actual pololo, (cosa que tampoco encuentra correcto); entre otras situaciones que la agobian.
Al ahondar un poco más en este monólogo. Nos podemos dar cuenta de que las ideas fundamentales de éste, derivan de un relato dominante de la cultura actual: En nuestra cultura contemporánea (y no tanto), existe un relato dominante sobre una persona ‘moralmente valiosa’. En la narración de este relato, se exaltan cualidades arbitrarias que supuestamente deberían poseer los individuos, como la “seguridad en sí mismo”, la “autonomía”, la “realización personal”, el “poseer ciertos artículos, objetos u artefactos”, entre otros. Desde la perspectiva donde se realiza esta reflexión, se considera que las ideas que se desprenden como esporas desde éste y otros discursos dominantes, especifican y/o prescriben una manera específica de ser y de pensar, que moldeará la llamada <>> de los sujetos totalizados[2] en la cultura. Así, esta <>>, es una manera de ser que, en realidad, no es más que una manera culturalmente preferida de ser.
Para mí, el ser actual, no representa un modo de vida auténtico o una expresión real o genuina de la naturaleza humana sino, más bien, una especificación o prescripción de preferencias culturales. Las descripciones o relatos de cómo sería una vida si fuera “correcta” moldean nuestras vidas. Y lo “correcto” es específico de cada cultura.
Lo “correcto” requiere de ciertas operaciones sobre nuestras vidas, muchas de las cuales tienen especificaciones de género y de clase. Por medio de estas especificaciones operativas, nuestros pensamientos, nuestras relaciones con los demás, nuestras relaciones con nosotros mismos, incluso al nivel de nuestra relación con nuestros cuerpos (nuestros gestos, la disposición del cuerpo en el espacio, incluso el modo en que nos sentamos y nos movemos) serían gobernados culturalmente: Todo al servicio de reproducir la <>> o el modo de ser dominante de una cultura.[3] (Anderson, H. 1997; Artaud, A. 1976; Epston, D. 1994; Foucault, M. 1973, 1979; Gergen, K. 1973, 1985, 1988, 1994; White, M. y Epston D. 1990; White, M. 1986, 1995, 1997)
Por otra parte, pienso que algunos de los desarrollos recientes en nuestra disciplina, en las áreas de teoría, práctica e investigación., efectivamente desafían algunas de las políticas centrales a la preocupación por la reproducción de la cultura dominante en el ejercicio del asesoramiento psicológico y en la terapia. (Anderson, H. 1997; Gergen, K. 1994; White, M. y Epston D. 1990)
Por ejemplo, como expone Michael White,
Ha habido un desafío generalizado a algunas de las prácticas de poder que incitan a las personas a medir sus vidas, relaciones, familias, etcétera, según alguna idea acerca de cómo deberían ser éstas; y también se ha cuestionado hasta qué punto los terapeutas han obrado intentando moldear a las personas y las relaciones para que se ajustaran a las estructuras <<ideales>> que sustentan estas ideas. (White, M. 1995, pág. 23)
Así mismo, es pertinente reiterar el cuestionamiento que de esto deriva respecto al rol que ejerce el terapeuta como un posible y potencial cómplice absoluto en la reproducción de la cultura dominante.
Muchos de los postulados de Kenneth J. Gergen que se encuentran en la base del construccionismo social, están entre los avances de la disciplina que nos permiten alejarnos un poco de la postura de cómplice antes mencionada que deriva de la propuesta que hace Michael White.
Estos desarrollos dentro de la disciplina, así como otros aportes extra-disciplinarios (biología, física, antropología, sociología, entre otros), nos alientan a reconocer y cuestionar el aspecto político de la terapia, rechazando así la idea que predomina en la ideología terapéutica; así podríamos acceder a analizar la terapia como fenómeno y proceso, como una forma de dominación sobre las personas; y de paso, considerar algunas de las prácticas de poder que se estarían ejerciendo sobre los consultantes, además de tener presente las mismas u otras prácticas de poder que forman parte de toda interacción terapéutica. (Foucault, M. 1973, 1979)