20060806

La Interpretación en la Cotidianeidad

¿Cómo explicar el hecho que una palabra o una frase logre remover sentimientos, emociones, razones, conductas, etcétera? ¿Cómo explicar que existiendo tantos posibles discursos, tantas posibles versiones disponibles sobre un mismo hecho, emergan, resalten y se cosifiquen sólo algunas y no otras para ciertos individuos?: Sólo puedo pensar en la interpretación del vivenciar.


Los seres humanos somos seres interpretantes (Anderson, 1997; Bateson, 1972; Bruner, 1986; Derrida, 1978; Foucault, 1980; Gergen, 1985; Maturana y Varela, 1987; White y Epston, 1990), vamos moldeando nuestras experiencias a medida que nuestra limitada estructura va percibiendo los estímulos que pueden ser captados mientras vivimos nuestras vidas
[1] (Maturana y Varela, 1987).

Estas experiencias sólo se pueden moldear en la interpretación, y para poder hablar de interpretación, debemos reconocer la existencia de algún marco de inteligibilidad que brinde el contexto para el vivenciar de la experiencia y la atribución de significado a éstas (White y Epston, 1990).


Los procesos narrativos se van a referir a los hechos ocurridos en determinado periodo de tiempo y en determinados espacios, para el esclarecimiento del asunto que se trata, dictaminando una versión de lo ocurrido,
posibilitando así el archivo de éstos [2] y facilitando, además, el logro de los fines premeditados o no, del orador.
Para poder articular las narrativas y hacerlas válidas y efectivas en nuestras vidas, necesitamos valernos de la conversación (y la inmersión cultural y relacional que ésta implica) como medio único para la negociación de cada uno de los significados que usaremos en el lenguaje. La palabra ‘conversar’, proviene de la unión de dos raíces latinas: cum y versare, que vendrían significando textualmente algo así como “con” y “dar vueltas”; al articular estos términos al español, “conversación” sería algo así como el ‘dar vueltas con’ otro (Maturana, 1995). Así mismo, Maturana (1978, 1988 citado en Maturana, 1995) define el lenguaje como un sistema de coordinaciones conductuales recursivas y consensuales de coordinaciones conductuales consensuales.

De estos (y muchos otros) aspectos resulta la inevitable conclusión de que el lenguaje, como proceso, no tiene lugar en el cuerpo (particularmente en el sistema nervioso) de los individuos que participan en él, sino que sucede en el espacio intersubjetivo de coordinaciones conductuales consensuales que se constituye en el fluir probabilísticamente recursivo de sus encuentros corporales o virtuales recurrentes. [3] Es pertinente aclarar que ninguna conducta, gesto o postura corporal particular, vendría constituyendo por sí solo y a priori un elemento perteneciente al dominio lingüístico, sino que sólo se incorporaría a éste en la medida en que pertenezca también al fluir probabilísticamente recursivo de coordinaciones conductuales consensuales al que se refiere Maturana.


Así, son [<<palabras>>] [entiéndase como artefactos constituyentes del lenguaje] sólo aquellos gestos, sonidos, conductas o posturas corporales, que participan como elementos consensuales en el fluir recursivo de coordinaciones conductuales consensuales que constituye el lenguaje. Las [<<palabras>>] son, por lo tanto, nodos de coordinaciones conductuales consensuales; por esto. Lo que un observador hace al asignar significados a los gestos, sonidos, conductas o posturas corporales, que él o ella distingue como [<<palabras>>], es connotar o referirse a las relaciones de coordinaciones conductuales consensuales en que él ve que tales gestos, sonidos, conductas o posturas corporales, participan. (Maturana, 1995. p 87).

Dicho de otro modo, las <<palabras>> constituyen todos los artefactos[4] operacionales que pueden ser encontrados en el dominio de existencia de los seres vivos participantes en el lenguaje. En suma, lo que ocurra en el lenguajear tendrá consecuencias directas en nuestra dinámica corporal y lo que pasa en nuestra dinámica corporal, tendrá consecuencias en nuestro lenguajear[5] (Maturana, 1995).

Así, podemos encontrar que el lenguaje particular de cada individuo, está determinado tanto por la historia de interacciones como por las políticas culturales dominantes y toda variable intrínseca o extrínseca a la relación lingüística, de esta manera articulamos que:

El lenguaje da forma a todas las relaciones humanas y es a su vez modelado por éstas. La lente analítica del observador se enfoca hacia fuera, hacia el lenguaje en uso, alejándose de la estructura del cliente y acercándose a las relaciones sociales, tomando distancia de la ‘interioridad’ y volcándose a lo ‘interpersonal’. La preocupación central que nos queda con esto, es el modo en que el lenguaje construye el mundo, estableciendo la ontología y el conjunto de valores que las personas imprimen en su vida.

El lenguaje permite la ejecución en la vida, de los diversos relatos que se barajan y se transmiten socialmente. Las experiencias vivenciadas se ven moduladas por el historiar de éstas, así los procesos de interpretación, significación, resignificación y rememoración[6], no se muestran neutrales en cuanto a sus efectos en nuestras vidas, sino que tienen efectos reales: influyen en las decisiones que tomamos y en las emociones que expresamos; por decirlo de una manera más global: intervienen en los pasos que damos por los caminos que elegimos seguir.

Estas narraciones del sí mismo actuarán como las determinantes de cuales serán los aspectos que se expresarán de nuestra experiencia vivida; así mismo, en el historiar de los relatos se determinará la forma de expresión de la versión de la experiencia vivida.



[1]Al encontrarnos con el concepto de ‘límite’, la tradición nos transporta hasta la noción de fin o término de algo, sin embargo, invito a pensar en el término ‘límite’ más bien como en la separación virtual de una y otra cosa; en el extremo imaginario de algo, lo que le permite relacionarse con cualquier otra cosa en una verdadera danza de interacciones recurrentes y recursivas, sin las restricciones que pudiera generar la idea de perder la organización de su estructura. Por lo tanto, al limitar algo, lo que estamos haciendo es establecer las condiciones para que las posibilidades relacionales sean prácticamente infinitas.

[2]Al contextualizar La Versión de los asuntos: El Documento. Éste se Archiva en la experiencia.

[3]Es preciso destacar el aspecto virtual de los encuentros inicialmente denominados corporales, debido a que actualmente los espacios intersubjetivos que propone Moscovici (1998), se podrían considerar ‘expandidos’ hasta la infinidad gracias a la interacción tecnológica que interviene de manera radical en las llamadas unidades de tiempo y espacio en relación con los procesos interaccionales entre seres vivos en general y seres humanos en particular.

[4]Léase artefacto como: Obra mecánica, aparataje operante, objeto cargado, variaciones perturbadoras de los marcos de interpretación.

[5]“Lenguajear: Neologismo que hace referencia al acto de estar en el lenguaje sin asociar tal acto al habla, como sería con la palabra ‘hablar’.” (Maturana, 1995. p. 87)

[6]Con el neologismo ‘rememoración’, me refiero al proceso de evocar, recordar y revivir la significación del experienciar, en un sentido más amplio que el simple y clásico ‘recuerdo de la memoria’. La rememoración no es una mera recuperación de información desde una unidad de almacenaje. Es el revivir la experiencia a través del poder que tiene la narración de ésta. Vittorio Guidano trabaja con la rememoración en su técnica post-racionalista de ‘La Moviola’ (1994).




2 comentarios:

Unknown dijo...

"Es pertinente aclarar que ninguna conducta, gesto o postura corporal particular, vendría constituyendo por sí solo y a priori un elemento perteneciente al dominio lingüístico, sino que sólo se incorporaría a éste en la medida en que pertenezca también al fluir probabilísticamente recursivo de coordinaciones conductuales consensuales al que se refiere"
Frente a esta propuesta le planteo la siguiente pregutna: ¿Podríamos decir entonces, que la existencia de patrones de comportamiento codificados genéticamente adquieren su caracter lingüístico únicamente en el devenir recursivo de las interacciones de estas conductas en un contexto de coordinación consensuada con un otro?
Lo plateo porque para muchos existen elementos de codificación genética, como por ejemplo, expresiones faciales, que tendrían un correlato al menos inicialmente genético. Yo creo que es posible que existan elementos que de algún modo modifiquen la estructura de tal manera que su expresión en dorma de lenguaje siempre tenderá a un tipo determinado de conducta coordinada consensuada, pero de todas maneras el significado e interpretación dependerá, en último término, a la expresión de los elementos históricos adquiridos hasta ese entonces y que valgan como lenguaje en el contexto de el interactuar recurrente del mundo intersubjetivo.

Irkaahn-Oberek Zortsung dijo...

Concuerdo con usted plenamente.
En cuanto a la pregunta sobre los elementos de codificación genética, creo que no es despreciable el factor biológico dentro de la posibilidad del lenguaje; de hecho es la estructura la que lo posibilita. Sin embargo el artefacto lingüístico en sí, no tiene sentido dentro del sistema nervioso. Tampoco tiene sentido situado en la historia. Ni menos aún tendría sentido si estuviese incrustado en las sociedades listo para ser utilizado, cual martillo y su clavo.
El artefacto lingüístico sólo adquiere sentido cuando un sistema nervioso capaz de configurarlo lo sitúa en la historia de alguna sociedad para que otro pueda configurarlo y situarlo en la historia de alguna sociedad para que otro pueda configurarlo y situarlo en la historia de alguna sociedad para que otro...

Si bien, un primate de nuestro linaje tiene mayor probabilidad, genéticamente prescrita, de utilizar las manos y la cara, en vez de los pies y el estómago, para tratar de lenguajear. Será en el espacio intersubjetivo relacional donde los diversos artefactos lingüísticos serán negociados para su posterior documentación, monumentalización y archivo.